La resiliencia se refiere a la estabilidad y capacidad del ecosistema para tolerar perturbaciones y restaurarse a sí mismo. Si la perturbación es de magnitud o duración suficientes, puede alcanzarse un umbral en el que el ecosistema sufra un cambio de régimen, posiblemente permanente. El uso sostenible de los bienes y servicios ambientales requiere la comprensión y consideración de la resiliencia del ecosistema y sus límites. Sin embargo, los elementos que influyen en la resiliencia de los ecosistemas son complicados. Por ejemplo, diversos elementos, como el ciclo del agua, la fertilidad, la biodiversidad, la diversidad vegetal y el clima, interactúan ferozmente y afectan a diferentes sistemas.
Hay muchas áreas en las que la actividad humana afecta y también depende de la resiliencia de los ecosistemas terrestres, acuáticos y marinos. Estos incluyen la agricultura, la deforestación, la contaminación, la minería, la recreación, la pesca excesiva, el vertido de desechos en el mar y el cambio climático.
Agriculturaeditar
La agricultura puede considerarse un ejemplo significativo de la resiliencia de los ecosistemas terrestres. La materia orgánica (elementos carbono y nitrógeno) en el suelo, que se supone que debe ser recargada por múltiples plantas, es la principal fuente de nutrientes para el crecimiento de los cultivos. Al mismo tiempo, las prácticas agrícolas intensivas en respuesta a la demanda y escasez mundiales de alimentos implican la eliminación de malas hierbas y la aplicación de fertilizantes para aumentar la producción de alimentos. Sin embargo, como resultado de la intensificación agrícola y la aplicación de herbicidas para controlar las malas hierbas, fertilizantes para acelerar y aumentar el crecimiento de los cultivos y pesticidas para controlar los insectos, la biodiversidad de las plantas se reduce, al igual que el suministro de materia orgánica para reponer los nutrientes del suelo y evitar la escorrentía superficial. Esto conduce a una reducción de la fertilidad y la productividad del suelo. Las prácticas agrícolas más sostenibles tendrían en cuenta y estimarían la resiliencia de la tierra y vigilarían y equilibrarían los insumos y la producción de materia orgánica.
Deforestacióneditar
El término deforestación tiene un significado que abarca cruzar el umbral de resiliencia del bosque y perder su capacidad de devolver su estado originalmente estable. Para recuperarse, un ecosistema forestal necesita interacciones adecuadas entre las condiciones climáticas y las acciones biológicas, y suficiente área. Además, en general, la resiliencia de un sistema forestal permite recuperarse de daños de una escala relativamente pequeña (como rayos o desprendimientos de tierra) de hasta el 10% de su superficie. Cuanto mayor es la escala de los daños, más difícil es para el ecosistema forestal restaurar y mantener su equilibrio.
La deforestación también disminuye la biodiversidad de la vida vegetal y animal y puede provocar una alteración de las condiciones climáticas de toda una zona. La deforestación también puede conducir a la extinción de especies, lo que puede tener un efecto dominó, en particular cuando se eliminan especies clave o cuando se elimina un número significativo de especies y se pierde su función ecológica.
Cambio climáticoeditar
La resiliencia climática generalmente se define como la capacidad de un sistema socioecológico para: (1) absorber tensiones y mantener la función frente a las tensiones externas que le impone el cambio climático y (2) adaptarse, reorganizarse y evolucionar hacia configuraciones más deseables que mejoren la sostenibilidad del sistema, dejándolo mejor preparado para futuros impactos del cambio climático. Cada vez más, el cambio climático amenaza a las comunidades humanas de todo el mundo de diversas maneras, como el aumento del nivel del mar, las tormentas grandes cada vez más frecuentes, las mareas y los daños causados por inundaciones. Uno de los principales resultados del cambio climático es el aumento de la temperatura del agua del mar, que tiene un efecto grave en los arrecifes de coral, debido a la decoloración de los corales relacionada con el estrés térmico. Entre 1997 y 1998 se registró el evento de decoloración de coral más importante del mundo, que correspondía a la Oscilación Austral de El Niño, con daños significativos a los arrecifes de coral del Océano Índico Occidental.
Sobreexplotacióneditar
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación ha estimado que más del 70% de las poblaciones de peces del mundo están plenamente explotadas o agotadas, lo que significa que la sobrepesca amenaza la resiliencia de los ecosistemas marinos y esto se debe principalmente al rápido crecimiento de la tecnología pesquera. Uno de los efectos negativos en los ecosistemas marinos es que, en el último medio siglo, las poblaciones de peces costeros se han reducido enormemente como resultado de la sobrepesca por sus beneficios económicos. El atún de aleta azul corre un riesgo particular de extinción. El agotamiento de las poblaciones de peces reduce la biodiversidad y, en consecuencia, el desequilibrio en la cadena alimentaria, y aumenta la vulnerabilidad a las enfermedades.
Además de la sobrepesca, las comunidades costeras están sufriendo los efectos del creciente número de grandes buques pesqueros comerciales que provocan reducciones de las pequeñas flotas pesqueras locales. Muchos ríos locales de tierras bajas que son fuentes de agua dulce se han degradado debido a la entrada de contaminantes y sedimentos.
El vertido de residuos en el mareditar
El vertido depende de la resiliencia del ecosistema, a la vez que lo amenaza. El vertimiento de aguas residuales y otros contaminantes en el océano se lleva a cabo a menudo por la naturaleza dispersiva de los océanos y la naturaleza adaptativa y la capacidad de la vida marina para procesar los desechos y contaminantes marinos. Sin embargo, el vertido de desechos amenaza los ecosistemas marinos al envenenar la vida marina y la eutrofización.
Envenenamiento de la vida marinaeditar
Según la Organización Marítima Internacional, los derrames de petróleo pueden tener efectos graves en la vida marina. En el Convenio OILPOL se reconocía que la mayor parte de la contaminación por hidrocarburos se debía a operaciones rutinarias a bordo, como la limpieza de tanques de carga. En la década de 1950, la práctica normal era simplemente lavar los tanques con agua y luego bombear la mezcla resultante de aceite y agua al mar. OILPOL 54 prohibía el vertido de residuos oleosos a cierta distancia de la tierra y en «zonas especiales» donde el peligro para el medio ambiente era especialmente grave. En 1962, los límites se ampliaron mediante una enmienda aprobada en una conferencia organizada por la OMI. Entretanto, la OMI estableció en 1965 un Subcomité sobre Contaminación por Hidrocarburos, bajo los auspicios de su comité de Seguridad Marítima, para abordar las cuestiones relativas a la contaminación por hidrocarburos.
La amenaza de vertidos de petróleo para la vida marina es reconocida por los responsables de la contaminación, como la Federación Internacional de Propietarios de Buques Cisterna:
El ecosistema marino es muy complejo y las fluctuaciones naturales en la composición, abundancia y distribución de las especies son una característica básica de su función normal. Por lo tanto, la magnitud del daño puede ser difícil de detectar en este contexto de variabilidad. Sin embargo, la clave para comprender el daño y su importancia es si los efectos del derrame provocan una disminución en el éxito de la reproducción, la productividad, la diversidad y el funcionamiento general del sistema. Los vertidos no son la única presión sobre los hábitats marinos; la contaminación urbana e industrial crónica o la explotación de los recursos que proporcionan también son graves amenazas.
Eutrofización y floración de algaseditar
La Institución Oceanográfica Woods Hole llama a la contaminación por nutrientes el problema ambiental crónico más extendido en el océano costero. Las descargas de nitrógeno, fósforo y otros nutrientes provienen de la agricultura, la eliminación de desechos, el desarrollo costero y el uso de combustibles fósiles. Una vez que la contaminación por nutrientes llega a la zona costera, estimula el crecimiento excesivo de algas dañinas, que pueden tener efectos tóxicos directos y, en última instancia, dar lugar a condiciones de bajo oxígeno. Ciertos tipos de algas son tóxicas. El crecimiento excesivo de estas algas da lugar a floraciones de algas dañinas, que se conocen más coloquialmente como «mareas rojas» o «mareas marrones». El zooplancton come las algas tóxicas y comienza a pasar las toxinas por la cadena alimentaria, afectando a comestibles como las almejas y, en última instancia, llegando a aves marinas, mamíferos marinos y seres humanos. El resultado puede ser enfermedad y, a veces, muerte.